ESCRIBIR EN BULLETS

Dedico una parte de mi día a revisar y consultar textos, en menor medida, a escribirlos.

Escribir es un ejercicio de paciencia. Exige retornar, deshacer, destruir; a veces, también, implica recular para seguir adelante. Hay poca seguridad cuando se avanza en el texto. La
narrativa, creo, es una eterna incertidumbre. No estoy seguro de si yo construyo “nuevas”
narrativas, más bien, las replico y reacomodo.

Veo con mucha frecuencia el muy aceptado estilo de escribir en listas, en bullets que son el
desglose de un subencabezado que inicia o concluye con un genérico emoji. Cualquier
texto, independientemente de su temática, está hecho ya a manera de resumen detallado,
breve y conciso. Algunos navegadores lo hacen al instante. Sin duda, es una herramienta
impresionante; incluso, para mí, resulta imprescindible. Yo separo el “utilitarismo textual” de
la escritura individual; como quien dice, una cosa es el trabajo y otra cosa es la vida privada.
Cuando veo esta forma de escritura, tan unificada y automatizada, en notas periodísticas,
posteos de redes sociales y hasta en publicaciones institucionales, no solo dudo de si
detrás de esas letras estuvo una personas o un a máquina, sino que pienso en todo el
acervo lingüístico que nos recorre hasta terminar en la palma de la mano para decir, aunque
de manera imprecisa, lo que queremos decir. Algunos lingüistas lo llaman competencias o
léxico activo o paradigma, etcétera. Estas definiciones, que son muy precisas, no dejan de
lado la realidad, posiblemente mágica, que representa el lenguaje, una mística de la cual
carecen otros tipos de inteligencias.

Me llama la atención, sin embargo, la familiaridad que tienen algunos con este tipo de
enciclopedia inmediata, de heraldo de la utilidad y lo verosímil, pero sobre todo, de la
precisión: No más de 5 bullets resuelven preguntas cualquiera, esporádicas o improvisadas,
con una firmeza admirable. En otras palabras, el distanciamiento con la duda se disipa cada
vez más porque cada vez estamos más cerca de la Verdad. O eso lo parece.
No sé qué pasará cuando desaparezca la capacidad de dudar, y consecuentemente, la
habilidad de escribir, de sentir el agobio de lo desconocido, de lo indecible. Ese día
recordaremos cómo escribir. Entonces echaremos de menos esa añoranza por lo caótico y
lo inseguro, y no habrán bullets que nos brinden consuelo.