
Google acaba de dar un paso más allá —literalmente— en su apuesta por la inteligencia artificial. La compañía planea construir centros de datos en órbita, comenzando con un prototipo en 2026, en colaboración con Avalon Space. La idea es ambiciosa, pero clara: aprovechar las ventajas del espacio para ejecutar cómputos de alto rendimiento sin las limitaciones físicas, térmicas ni energéticas del planeta.
¿Y por qué el espacio? Porque allá arriba, los servidores podrían alimentarse con energía solar constante, sin depender de la red eléctrica terrestre ni de costosos sistemas de refrigeración. En el vacío, el enfriamiento ocurre naturalmente y el acceso al sol es ininterrumpido. Todo esto convierte a la órbita terrestre en un nuevo entorno operativo para la IA: silencioso, frío y eficiente.

Pero esto no se trata solo de ciencia y eficiencia. También es estrategia. Las grandes tecnológicas —Google, Amazon, Microsoft— saben que el próximo gran salto competitivo se dará en la infraestructura. Y en ese juego, quien domine los datos y la energía, gana. En la era del machine learning, no basta con tener algoritmos: hay que tener músculo computacional, y rápido.
El espacio se perfila así como un nuevo frente geopolítico y corporativo. No hablamos de satélites espías ni de colonias marcianas, sino de servidores orbitando sobre nosotros, entrenando modelos de IA, procesando nuestras búsquedas, y quizás decidiendo —desde el cielo— qué veremos en nuestras pantallas mañana.

Google no ha dado detalles técnicos, pero sí ha dejado claro que este primer paso busca validar la viabilidad de operar hardware avanzado en microgravedad. Si todo sale bien, podríamos estar ante el nacimiento de una nueva categoría de infraestructura: los data centers orbitales.
Es pronto para saber si esta apuesta cambiará el mundo, pero algo es seguro: el futuro ya no está solo en la nube. Está más allá. Literalmente, en el cielo.
