Continúo la crónica del último día en Kyoto, aquí, en el parque de diversiones de Universal en Osaka, aquí en la fila para ingresar a la montaña rusa “El hipogrifo”, en el mundo de Harry Potter, una fila que desanima con ese anuncio en la entrada de tiempo de espera de 90 minutos, pero que a nai y a mí no nos desalienta ni poco, pues esta montaña rusa es el calentamiento para una montaña verdaderamente temeraria, llamada Dinosaur (todo el transcurso vas boca abajo), así que esta montaña del Hipogrifo, considerada como categoría leve aunque los gritos de los enmontañados no se escuchan leves. Pues aquí, enfilad, con muchos minutos por delante, retomo el camino hacia el santuario Yasaca y el jardín de Maruyama, todo por la gran avenida Kawaramachi. Que es poco importante para los japoneses los nombres de las calles pues la mayoría de las calles no tiene nombre, su nomenclatura para especificar un domicilio, muy confusa para los occidentales, va de lo mayor a lo menor, de ciudad a distrito a zona y a número de edificio, pero nunca en un domicilio está el nombre de la calle, por eso para mí es difícil orientarse si se pierde el norte, ya que por inercia busco en las bocacalles las placas esperando encontrar el nombre de la avenida, en esa ausencia empieza uno a aprender a ubicarse y a ubicar el mapa por zonas más que por calles.

La avenida Kawaramachi está coronada en su desembocadura por la pagoda de tres pisos de Yasaca, al emprender el camino, desde la lejanía se admira el final de la calle y al mismo tiempo la página sirve como referencia para aquilatar la distancia que falta de menos por recorrer, la página es entonces un faro para los que caminan esta avenida de banquetas muy amplias, podrían ser cinco metros de ancho fácilmente, la caminata por los dos lados de la acera se vuele placentera por el doble atractivo de las tiendas de artesanías y de marcas famosas con el hecho de tener la banqueta techada, al menos un kilómetro está techado, lo cual hace que no se apure el paso a causa de los rayos del sol, y más lo sería si no hubiera techumbre en los meses de junio y julio que dicen la temperatura se extrema hasta alcanzar la hervidero de los 40 grados. Hoy que es todavía primavera no pasan los 25 grados y en los días del equinoccio la amplia avenida de Kawaramachi se engalana como los carros alegóricos del festival de la primavera, una de las festividades más alegre y concurrida en Kyoto, esos días algunos motivos y objetos sagrados salen del templo de Yasaca y ruedan sobre la avenida, tal como un día en los años ochocientos lo hicieron para recorrer las calles del Kioto azotado por una terrible pandemia que con su guadaña cegaba la vida de miles y miles, desde entonces quedó la tradición de hacer pasear las imágenes sagradas ahora para gusto y regusto de turistas, devotos y cualquier alma festiva que celebra la llegada de la primavera.

En el camino a Yasaca se atraviesa el río Kamo, su caudal es más bien pobre, con partes de agua muy bajas y otras lodosas, en esta intersección de Kawaramachi y el río, no parece causar mucho atractivo a los turistas ni a los locales, se ve a simple vista pero también lo evidencia que no hay terrazas de cafés ni restaurantes con vista al río, a nadie parece atraer en este divisadero, a mí lo que me atrajo fue saber que la calle que va junto al río y lo acompaña en todo su serpenteo, dividiendo a Kyoto en este y oeste, lleva el nombre del famoso novelista japonés Kawabata, y unos pasos más adelante la emoción aumenta al ver de frente el palacio del teatro Kabuki, una alta mansión que ha acunado al teatro kabuki desde sus inicios hace varios siglos, cuando era un teatro exclusivamente para actrices, antes de la prohibición que lo volvió un teatro donde solo pueden actuar hombres, ironías injustas del kabuki: lo fundan las mujeres y lo preservan los hombres.

Aquí estoy, parado de frente a esta hermosa ironía de cinco pisos considerado el teatro kabuki más antiguo de Japón. Hay pocas funciones y no hay manera de poder obtener los libretos de sus presentaciones, para poder enterarse de qué van sus obras, he escuchado que tratan de historias tradicionales de amor y batallas honorables. Lo único que la persona de ventanilla pudo ofrecerme es una visita guiada dentro del teatro, lo cual se torna imposible, pues después de pasear por Yasaca, y tocar los cascabeles del templo para pedir un deseo, subir su mítica plataforma de la que se han lanzado casi trescientas personas a una altura de 80 metros, y algunos han sobrevivido, cuenta esta osada tragedia legendaria que quien se lance y sobreviva tiene ganado el paraíso budista, tres centenares de personas se han aventado (ganarse el paraíso en todas las culturas ha movido montañas), tras esto y los jardines de Murayama con sus estanques japoneses, sus árboles de cerezo, las linternas de piedra conocidas como “toro” y una que otra grulla que revolotea para luego posarse en complacencia absorta de quienes la miramos, tras esto, sigue irnos a Osaka. Ir a la estación de Kioto, tomar el tren durante treinta minutos y descender a una megalópolis que encabeza la lista de las más relevantes en el país del sol naciente, pero esa, esa ya es otra historia.