
Aparición de la civilización griega (Russell, Historia de la Filosofía Occidental, Cap. I)
- El fenómeno griego
Russell destaca que la aparición de la civilización griega es uno de los fenómenos más sorprendentes y difíciles de explicar en la historia. Aunque Egipto y Mesopotamia ya habían desarrollado civilizaciones avanzadas miles de años antes, los griegos aportaron elementos nuevos, especialmente en el ámbito intelectual. Inventaron la matemática, la ciencia y la filosofía, y fueron los primeros en escribir historia de manera reflexiva, sin depender de tradiciones religiosas rígidas.
La filosofía, según Russell, comienza con Tales, quien predijo un eclipse en 585 a.C. y marca el inicio de la especulación racional sobre el mundo. Filosofía y ciencia nacen juntas en Grecia, a principios del siglo VI a.C.
2. Antecedentes
Antes de este periodo, la civilización se había desarrollado en Egipto y Mesopotamia gracias a la agricultura facilitada por grandes ríos (Nilo, Tigris y Éufrates). Estas sociedades tenían reyes divinizados, religiones politeístas, aristocracias militares y sacerdotales, y una estructura social rígida. La religión egipcia se centraba en la vida después de la muerte, lo que llevó a la momificación y la construcción de pirámides, pero con el tiempo se volvió conservadora y poco innovadora. Babilonia, por su parte, tuvo un desarrollo más militar y su religión también era politeísta, con dioses que reflejaban la supremacía de la ciudad dominante.
Ambas civilizaciones practicaban cultos a la fertilidad, con la Tierra como figura femenina y el Sol como masculina. Estas creencias influyeron en la religión griega, especialmente en el culto a la Gran Madre, que luego se transformó en la figura de Artemisa y, más tarde, en la Virgen María en el cristianismo.
En síntesis, Russell subraya que, aunque los griegos heredaron mucho de Egipto y Mesopotamia, su verdadera originalidad radica en la libertad de pensamiento y la creación de la filosofía y la ciencia como formas de entender el mundo.
Egipcio y Babilonia
Existía una diferencia considerable entre la teología egipcia y la babilónica.
Los egipcios se preocuparon de la muerte, y creían que las almas de los muertos descendían a un infierno donde eran juzgadas por Osiris, según su modo de vivir en la Tierra. Creían que el alma volvería al final al cuerpo; esto indujo a la momificación y a la construcción de tumbas magníficas. Las pirámides fueron construidas por varios reyes al final del cuarto milenio a. C., y al comienzo del tercero. Después de este tiempo, la civilización egipcia se estereotipa cada vez más, y el conservadurismo religioso impidió el progreso.
Babilonia tuvo un desarrollo más militar que Egipto. […]
La religión de Babilonia, a diferencia de la egipcia, se preocupó más de la prosperidad en este mundo que de la felicidad en el otro. La magia, la profecía y la astrología, aunque no típicamente babilónicas, se desarrollaron allí mejor que en ninguna otra parte, y fue principalmente por Babilonia como se transmitieron a la Antigüedad posterior.
3. Comercio, metales y el surgimiento de Creta
Russell explica que, en las antiguas civilizaciones, la religión estaba profundamente ligada al poder político. Los dioses y diosas se asociaban al Estado y debían garantizar tanto la prosperidad agrícola como el éxito militar. Los sacerdotes, con gran influencia y riqueza, unificaban los cultos locales en un panteón común. Además, la moral y la ley se justificaban religiosamente: los reyes decían recibir sus códigos legales de los dioses, como el famoso Código de Hammurabi, que el rey afirmó haber recibido de Marduk.
En Babilonia, la religión se centraba más en la prosperidad terrenal que en la vida después de la muerte, y allí florecieron la magia, la astrología y la profecía. De Babilonia provienen importantes avances científicos, como la división del día en 24 horas y del círculo en 360 grados, así como la predicción de eclipses, conocimientos que luego influyeron en los griegos, especialmente en Tales.
Las civilizaciones de Egipto y Mesopotamia eran agrícolas, mientras que las de los pueblos vecinos eran pastoriles. El comercio marítimo, especialmente de metales como el bronce, se volvió fundamental. Creta, con la civilización minoica, fue pionera en el comercio y la cultura marítima, desarrollando una sociedad artística y alegre, muy distinta de la solemnidad egipcia. La religión cretense giraba en torno a una diosa madre y a rituales como las corridas de toros, probablemente de carácter religioso.
4. Formación de Grecia clásica: micénicos, tribus (polis) y espartanos
La civilización minoica influyó en el continente griego, dando origen a la cultura micénica, conocida por sus tumbas y fortalezas. Los micénicos, probablemente invasores del norte que hablaban griego, adoptaron muchos elementos cretenses. La civilización micénica, debilitada por guerras internas, fue finalmente destruida por los dorios, quienes conservaron su religión indoeuropea, mientras que las clases bajas mantuvieron tradiciones minoicas. Así, la religión griega clásica resultó ser una mezcla de ambas.
Tras la caída de Micenas, la supremacía marítima pasó a los fenicios. Algunos griegos se establecieron como agricultores, mientras que otros emigraron y fundaron colonias en Asia Menor, Sicilia e Italia, donde prosperaron gracias al comercio. El territorio griego, montañoso y poco fértil, favoreció la formación de pequeñas comunidades aisladas (polis), que dependían del mar para sobrevivir y expandirse.
El sistema social variaba según la región: en Esparta, una aristocracia dominaba a una población de siervos; en otras zonas, predominaban los pequeños agricultores; y en las ciudades comerciales, la riqueza provenía del comercio y la industria, con el uso de esclavos. El crecimiento económico llevó a una mayor segregación de las mujeres, que quedaron excluidas de la vida pública en la mayoría de las ciudades, salvo excepciones como Esparta y Lesbos.
5. EVOLUCIÓN POLÍTICA EN GRECIA: DE MONARQUÍA A ARISTOCRACIA / TIRANIÍA
Russell describe la evolución política de Grecia, que pasó de la monarquía a la aristocracia, y luego alternó entre tiranías y democracias. A diferencia de los reyes absolutos de Egipto y Babilonia, los reyes griegos estaban limitados por consejos y costumbres. La tiranía no implicaba necesariamente mal gobierno, sino que era el poder de un individuo no hereditario, muchas veces el más rico de la ciudad. La invención de la moneda, proveniente de Lidia, facilitó la acumulación de riqueza y el ascenso de estos tiranos.
Alfabeto griego y transformación de la religión
El comercio y la piratería, casi indistinguibles al principio, trajeron consigo el arte de la escritura. Aunque la escritura existía en Egipto y Babilonia desde hacía milenios, los griegos adoptaron el alfabeto fenicio y lo adaptaron a su idioma, añadiendo vocales. Esta innovación fue clave para el desarrollo cultural griego.
El primer gran producto de la civilización griega fue la poesía de Homero. Aunque la autoría de la Ilíada y la Odisea es debatida, estos poemas reflejan la visión de una aristocracia civilizada y racionalista, que dejó de lado muchas supersticiones populares. Sin embargo, estas creencias más antiguas persistieron en la cultura griega y resurgieron en épocas de crisis.
La religión en la época de Homero era más tribal que personal, centrada en ritos colectivos para asegurar la fertilidad y el bienestar de la comunidad. Persistían prácticas antiguas como sacrificios humanos y animales, aunque con el tiempo se suavizaron. Los misterios de Eleusis, por ejemplo, eran rituales agrícolas de gran importancia simbólica.
En Homero, los dioses son muy humanos: inmortales y poderosos, pero moralmente cuestionables y poco inspiradores de temor reverencial. A menudo se los trata con irreverencia, y el verdadero sentimiento religioso se dirige más hacia fuerzas impersonales como el Destino o el Hado, que incluso los dioses deben respetar. Esta idea del destino influyó en la mentalidad griega y en el surgimiento de la ciencia, al fomentar la creencia en leyes naturales.
Los dioses olímpicos representaban a la aristocracia conquistadora, no a los campesinos que trabajaban la tierra. Como observa Gilbert Murray, estos dioses no crearon el mundo ni se ocupan de gobernarlo o fomentarlo; simplemente lo conquistaron y disfrutan de sus privilegios. Los héroes humanos de Homero tampoco son modelos de virtud, y las familias aristocráticas que describe están lejos de ser ejemplares.
Homero y las figuras fundamentales
Russell ilustra la visión griega de la vida y la moral a través de la historia de la casa de Pélope, una dinastía marcada por crímenes y maldiciones: Tántalo, su fundador, ofendió a los dioses con un acto atroz; Pélope, su hijo, traicionó y asesinó a su aliado; sus descendientes, Atreo y Tiestes, se enfrentaron en una serie de venganzas sangrientas, y la maldición continuó con Agamenón, Clitemnestra y Orestes. Esta saga muestra que los héroes y dioses griegos no eran modelos de virtud, sino figuras sometidas a pasiones y destinos trágicos.
Homero, producto de la Jonia helénica, representa el inicio de la gran literatura griega y, junto con ella, el surgimiento de la ciencia, la filosofía y las matemáticas. En el mismo siglo en que se consolidan los poemas homéricos (siglo VI a.C.), surgen figuras fundamentales en otras culturas, como Confucio, Buda y Zoroastro, y se establece el Imperio persa. Las ciudades griegas de Jonia, tras rebelarse contra los persas, vieron a muchos de sus mejores hombres exiliados, quienes difundieron la cultura griega por el mundo helénico.
Grecia, sus regiones y religiones: sacrificar el presente por el futuro
Grecia estaba formada por numerosos pequeños Estados independientes, cada uno centrado en una ciudad y su territorio. El nivel de civilización variaba mucho entre regiones: Esparta era militarmente poderosa pero poco influyente culturalmente; Corinto era rica y comercial, pero no produjo grandes figuras; y existían comunidades rurales como Arcadia, idealizadas pero en realidad marcadas por antiguas supersticiones y ritos bárbaros, como sacrificios humanos y cultos a la fertilidad.
En la religión popular, predominaban los ritos tribales y agrícolas, con símbolos como la cabra y prácticas mágicas para asegurar la fertilidad. Persistían supersticiones y cultos arcaicos, como el de Zeus Licos y el clan de los Lobos Feroces, incluso en tiempos clásicos.
Sin embargo, en Grecia también existió una religión más profunda, vinculada a Dioniso (Baco), dios de origen tracio asociado al vino, la embriaguez y la locura divina. Su culto, aunque visto con recelo por los ortodoxos, echó raíces y se caracterizó por rituales extáticos, participación femenina y elementos místicos y salvajes, como el descuartizamiento ritual de animales. El culto a Dioniso reflejaba el deseo de los griegos civilizados de reconectar con lo instintivo y lo pasional, en contraste con la vida racional y ordenada de la polis.
Russell señala que la civilización implica la represión de los impulsos inmediatos en favor de la previsión y el autocontrol, valores que se desarrollaron con la agricultura y la vida en comunidad. La ley, la moral y la religión refuerzan este autocontrol, pero también traen consigo la propiedad privada, la subordinación de la mujer y la creación de clases de esclavos. Así, la civilización exige al individuo sacrificar el presente por el futuro y someterse a los intereses de la comunidad.
Los cultos a Dionisio vs la religión
Russell señala que la civilización, al fomentar la prudencia y la previsión, puede llevar a una vida demasiado controlada, donde se pierden la pasión y la intensidad emocional. Los cultos a Dioniso surgen como una reacción contra este exceso de autocontrol: en la embriaguez física o espiritual, los adoradores de Dioniso recuperan una vitalidad y un entusiasmo que la vida cotidiana les niega. El rito báquico producía “entusiasmo”, es decir, la sensación de estar poseído por el dios, de fundirse con él. Russell observa que muchas de las grandes obras humanas contienen este elemento de pasión, y que la vida sin él sería insípida, aunque con él puede volverse peligrosa. El conflicto entre prudencia y pasión atraviesa toda la historia humana, y Russell advierte que no debemos inclinarnos ciegamente por uno u otro extremo.
En el ámbito intelectual, la civilización sobria se identifica con la ciencia, pero la ciencia por sí sola no satisface todas las necesidades humanas: también se requiere pasión, arte y religión. La ciencia puede limitar el conocimiento, pero no la imaginación. Entre los filósofos griegos hubo tanto científicos como pensadores religiosos, estos últimos influidos por la espiritualidad báquica, especialmente a través de Platón y, posteriormente, en la teología cristiana.
Orfismo
El culto a Dioniso, en su forma original, era salvaje y violento, pero su influencia en la filosofía llegó a través de su versión espiritualizada: el orfismo. Orfeo, figura mítica y reformador religioso, introdujo ideas como la transmigración del alma, la purificación y la posibilidad de alcanzar la divinidad a través de la vida pura y el conocimiento místico. Los órficos practicaban el ascetismo, evitaban la carne animal y creían que el alma debía recordar su origen divino para salvarse tras la muerte. Sus creencias quedaron reflejadas en las tablillas órficas, que daban instrucciones al alma para alcanzar la salvación en el más allá.
El orfismo influyó profundamente en la filosofía griega, especialmente a través de Pitágoras, quien reformó el orfismo y transmitió sus ideas a Platón. Por medio de Platón, estos elementos místicos y religiosos pasaron a la filosofía posterior y a la teología cristiana. El orfismo también introdujo un cierto feminismo y el respeto por la emoción intensa, elementos que se reflejan en la tragedia griega y en la obra de autores como Eurípides.
Griegos: ¿Serenos y racionales?
Russell concluye que la imagen tradicional de los griegos como serenos y racionales es unilateral. Si bien esto puede aplicarse a figuras como Homero, Sófocles y Aristóteles, muchos griegos sucumbieron a la influencia báquica y órfica, buscando en la pasión y el misticismo una dimensión vital que la razón y la prudencia no podían ofrecer. Los misterios de Eleusis, uno de los cultos más sagrados de Atenas, celebraban precisamente esta dimensión extática y transformadora de la religión.
Russell utiliza la obra Las bacantes de Eurípides para ilustrar la intensidad y el desenfreno del culto a Dioniso. El coro de las ménades expresa, a través de la poesía, una mezcla de belleza salvaje y éxtasis, celebrando la libertad de la naturaleza y el abandono de las restricciones de la civilización. Sus danzas y rituales no solo eran violentos, sino también una forma de evasión de las preocupaciones cotidianas, buscando la comunión con la naturaleza y el gozo puro, lejos de la vida urbana y sus reglas.
Sin embargo, el orfismo, aunque menos frenético, tampoco era sereno. Para los órficos, la vida terrenal era sufrimiento y tristeza, una prisión de la que solo se podía escapar mediante la purificación, la renuncia y la vida ascética. Aspiraban a la unión con lo divino y a la liberación del ciclo interminable de nacimientos y muertes. Esta visión pesimista y trascendente se parece más a los himnos espirituales de los pueblos oprimidos que a la imagen de una Grecia alegre y despreocupada.
Russell subraya que muchos griegos vivieron en conflicto entre el intelecto y la pasión, capaces de imaginar tanto el cielo como el infierno. Aunque su lema era “nada en exceso”, en realidad eran intensos en todo: en la razón, la poesía, la religión y hasta en el pecado. Esta combinación de pasión e intelecto fue la clave de su grandeza y de su influencia duradera. Su verdadero símbolo no es el sereno Zeus Olímpico, sino Prometeo, el titán rebelde que desafió a los dioses por el bien de la humanidad.
Dos tendencias en el pensamiento griego: órficos y dionisiacos, vs racionalistas y empiristas
No obstante, Russell advierte que sería un error considerar a todos los griegos como apasionados y místicos. Existían dos tendencias principales: una, religiosa, mística y ultramundana (representada por el orfismo y el culto a Dioniso); y otra, racionalista, empírica y alegre, orientada al conocimiento y la observación del mundo (representada por Heródoto, los primeros filósofos jónicos y, en parte, Aristóteles). Según Beloch, la visión órfica nunca fue dominante en la religión oficial griega, permaneciendo limitada a círculos de iniciados y sin gran influencia en la vida pública, hasta que siglos después, en una forma muy distinta, estas ideas triunfaron en el mundo grecorromano.
Russell advierte que sería exagerado pensar que el orfismo dominó la religión griega, aunque los misterios de Eleusis sí estaban impregnados de su influencia. En general, quienes tenían un temperamento religioso se inclinaban hacia el orfismo, mientras que los racionalistas lo despreciaban, estableciéndose así una división similar a la que ocurrió con el metodismo en Inglaterra siglos después.
El autor señala que conocemos bastante sobre la educación formal de los griegos cultos, pero poco sobre la influencia de la madre y la tradición popular en la infancia, que probablemente dejó una huella más primitiva y emocional, capaz de resurgir en tiempos de crisis. Por eso, ningún análisis simple puede captar toda la complejidad de la ideología griega.
La influencia de la religión, especialmente la no olímpica, sobre la filosofía griega no fue plenamente reconocida hasta tiempos modernos. Obras como Prolegómenos al estudio de la religión griega de Jane Harrison y De la religión a la filosofía de F. M. Cornford han resaltado la importancia de los elementos primitivos y dionisíacos en la religión griega y su impacto en los filósofos, aunque a veces con interpretaciones discutibles. Russell considera más equilibrado el análisis de John Burnet en La filosofía griega primitiva, quien destaca el conflicto entre ciencia y religión surgido en el siglo VI a.C., cuando la religión dionisíaca introdujo una nueva visión sobre la relación del hombre con el mundo, especialmente a través del éxtasis y la idea de que el alma revela su verdadera naturaleza fuera del cuerpo.
Burnet observa que la religión griega estuvo cerca de evolucionar hacia un misticismo similar al de Oriente, y que solo la aparición de la ciencia lo impidió. No fue la ausencia de una casta sacerdotal lo que salvó a Grecia de una religión dogmática, sino la existencia de escuelas científicas y filosóficas.
El orfismo, aunque basado en tradiciones antiguas, fue una religión nueva en su organización y en su énfasis en la revelación y la comunidad. Sus poemas teológicos, atribuidos a Orfeo, ofrecían guía para el alma en el más allá. Burnet también destaca la similitud entre las creencias órficas y las de la India, aunque sin contacto directo. Los órficos usaban el término “orgía” para referirse a un sacramento de purificación del alma, y fundaron comunidades abiertas a todos, sin distinción de raza o sexo, a través de la iniciación. De esta influencia surgió la idea de la filosofía como un modo de vida, no solo como especulación teórica.